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Excursión al congelador

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Qué bonita es la montaña  en esta época. Enormes árboles se cargan de hielo y nieve sobre el verdor brillante de las agujas en sus ramas.

Hoy además luce el sol, y se puede pasear tranquilamente pues al ser día de Reyes apenas hay gente.

Nos hemos levantado pronto y tras el desayuno hemos subido al coche y en menos de media hora llegamos a Navacerrada. El pueblo es precioso, un conjunto de grandes chalets con piscina, independientes, y aunque son todos diferentes guardan una similitud que hace de la vista algo maravilloso. Cualquiera que no posea una de esas casas sentirá envidia al verlas. Un entorno realmente privilegiado.

¿No te parece, cariño, que deberíamos venir a vivir aquí?

Oh pajarita mía, sabes que no podemos permitírnoslo.

Lo sé mi amor pero, ¿no crees que sería maravilloso? Dar paseos por la  montaña todos los días, admirar la eterna belleza de los espléndidos árboles tanto en invierno, pintados de blanco congelador, como en primavera; observar las flores, el canto feliz de los pájaros en los árboles,  y los suaves rayos de la luz del sol, que no sofocan como lo hacen en nuestra ciudad.

Bueno querida, creo que ya te lo he dicho bastante claro, no podemos, tenemos que terminar de pagar nuestra casa en la "sofocante" ciudad...

Oye, no me vuelvas a hablar en ese tono, eh? Te he dicho mil veces que no te sulfures. Relájate y disfruta de la belleza que ofrece este paisaje. De un modo u otro, también somos privilegiados al poder venir tan fácilmente hasta aquí  y empaparnos de la majestuosidad de estos montes.

Mira querida, ya estoy empezando a empalagarme de tanta belleza y aún no hemos terminado de subir el puerto. Haz el favor de disfrutar de la belleza de un modo más ligero o al final me saldrán granos en todo el cuerpo.

Oh, Borja, eres un insensible rematado, estoy abriendo mi alma y mi espíritu a la grandiosidad de la naturaleza, intentando empaparte  de un poco de su pureza ¡y tú me tratas así!

Perdona mi vida, no quería que llores, es que simplemente yo no vivo estas experiencias tan a fondo como tú. Es bien cierto que el paisaje es precioso, pero ya está, no hay más.

¿A no, tú crees de veras que no? Eres un tipo de lo más extraño, estás vacío, ¡que lo sepas!

Yo soy el que está vacío, y fíjate, no soy yo la que se pasa tres tardes a la semana haciendo horas extras en el trabajo para poder comprarme ropa de pija asquerosa, cosa que no te has podido permitir hasta que te juntaste conmigo y me cargaste de facturas excusándote con que tú haces todo el trabajo doméstico. Ropa, por otro lado, que nunca te había gustado antes hasta que llegó tu nueva jefa disfrazada así y casi te pudres de envidia. Recuerda, querida, que hace unos ocho años aproximadamente llevabas pantalones de campana de "modas Leño" y camisetas del mercadillo. Además sólo tenías una cazadora, y era vaquera y de borreguito en el cuello. No sé muy bien qué es lo que te sucedió, pero parece que ahora estás intentando compensar tu falta de personalidad y de buen gusto con demostraciones exageradas de amor, bondad y exaltación de tu percepción de la naturaleza. Simplemente sé un poco normal, nada más te pido.

Callé. Estuve lo que quedó de camino sin decir ni una palabra. Tampoco lloré. Sólo sentía algo que jamás había sentido antes de forma tan brusca. De pronto la boca se me había fundido como acero hirviendo y notaba un fuerte sabor a hierro en la lengua. Era como si me hubiese reventado una vena en la garganta y me subiese un hilo de sangre hasta la boca.

Llegamos al aparcamiento y bajamos del coche. En condiciones normales hubiese hecho algún comentario acerca del frío, pero esta vez  no salían las palabras. Yo quería olvidarlo todo y volver a la vida normal, en una agradable mañana de navidad, de excursión con la persona más especial que tenía en el mundo, pero algo se había desatado en mí, y no encontraba la manera de contenerlo.

Subimos el corto tramo de carreta que llevaba hasta el camino Smidt sin decir una palabra. Yo miraba los árboles que quedaban a mi derecha, él estaba a mi izquierda, así que no le prestaba ninguna atención. No sé qué estaría pensando él acerca de mi reacción, pero en aquel momento no pensaba en él, pensaba en encontrar el punto de equilibrio que había perdido por el camino.

 De repente se paró unos metros por delante de mí, en un hermoso mirador en la montaña, todo cubierto de nieve. A sus pies se formaba un pequeño riachuelo y en los bordes de este firmes placas de hielo.

Me dijo:

Acércate querida, olvidemos todo por favor.

Lo hice sin pensar. Me acerqué a él y le empujé. No paraba de caer en un abismo infinito hasta que por fin le perdí de vista.

 En ese momento sentí que el equilibrio se restablecía. Di media vuelta, bajé al coche y me di cuenta de que no sabía conducir, así que pedí un taxi y una vez dentro, de camino a casa, llamé a la policía.

 

Ahora vivo allí donde siempre quise, rodeada de paz y naturaleza. Cuando me asomo a través de los barrotes de mi ventana, puedo oír el canto de los pájaros dentro de mi alma, oler la savia del profundo bosque  y sentir la brisa limpia acariciar mi cara.

Sé que él está contento de que yo esté aquí, y una vez más, le debo este favor.

Cutre

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Viernes a las 21:30 h. en el tren camino casa.

Una señora vestida con ropas de calidad media, absolutamente desprovista de ningún tipo de diseño se sienta a mi lado.
Su pelo teñido en casa con un tinte caoba barato no le cubre del todo las canas.
Da una cabezada apoyándose en el cristal de la ventana a su espalda.
Abatida. No puede más.
Se inclina hacia adelante y se cubre la cara con las manos, codos apoyados en las rodillas, piernas abiertas.
La imagino llegando a su casa, recalentándose una sopa de sobre en el microondas y comiéndosela frente al televisor con la única luz que sale de la pantalla.
Quizá un hijo esté en la habitación preparándose para salir a atracar a alguien o quizá ni siquiera tenga hijos.
A lo mejor es una inmigrante de algún país del este , de Chernobil, por ejemplo. En la época del desastre ella dormía en su casa, tendría quizá quince años, y a lo mejor vivía a escasos metros de la central nuclear.
Ni se enteró, pero al levantarse por la mañana un fuerte escozor quemaba su vientre haciéndola sangrar por la parte baja de este, dejándola estéril.
Ahora se ve obligada a huir y empezar una vida sabiéndose desnaturalizada.
Sueños rotos, sin ninguna posibilidad de transmitir a ningún descendiente sus conocimientos de la vida. Sola por siempre en un mundo egoísta y calculador.

Ahora es sábado por la mañana y a pesar de ser las nueve de la mañana del gélido mes de Enero español, hace una bonita y refrescante mañana.
Rayos de luz solar apartan negras y pesadas nubes que parecían rabiosas y dispuestas a todo pero que se alegran de ver el sol.
Otra vez en el tren de las nueve y veinte. Dirección contraria, mismo trayecto. Apenas unas horas desde que llegué, vuelvo a irme.
Despejada, lavada y bien vestida, acabo de desayunar y sacar a mi perra.
Subo al tren. Me siento. Un chico adolescente, hortera y con pinta sucia. Se ve que no ha dormido en toda la noche. Tiene el pelo casi largo, pero ha vertido en él tan cantidad de gomina que forma puntas hacia el cielo. Calcetines deportivos para salir de fiesta.
A su lado pero en frente reposa otro joven inconsciente. El mira en todas direcciones, aunque cansado.
Ahora se sienta frente al vegetal y se acerca bastante. El otro no se entera.
A los pocos segundos, el sujeto hortera de cabeza punzante se levanta y se va, perdiéndose en el vagón. Quizá quería hablar con él y al no tener lo que quería, aburrido, se fue. O quizá ni siquiera eran amigos y le estaba vigilando largo rato para comprobar que si intentaba robarle no se daría cuenta.

Tren de las diez y veinte del sábado. Han pasado otras doce horas. Ansiosa por que llegue este momento, me subo más alegremente que de costumbre.
Hoy es sábado y se nota.
Gente más diversa, más cantidad de consumistas y, por lo tanto, mayor volumen de basuras. Mayor es también la mezcla de olores, a veces nauseabundos dado que se unen en una copulación olfativa infernal.
A mi izquierda una pareja de "teenagers" tontitos parlotean de cosas que no comprenden sus tiernos cerebritos y se besuquean con ganas de estar muy enamorados. Ella: Sudadera rosa chicle con capuchita, pelo repeinado lacado y gruesa línea negra cubriendo sus párpados. A diferencia de él, está sentada orientada frontalmente hacia su amado, con las piernas cruzadas aunque semiabiertas y las manos extendidas apoyadas en el regazo.
Él lleva unas Timberland color caca de perrito y, cómo no, Dockers azul marino.
Se ve obligado a darle constantes piquitos mientras habla de vanalidades con un hosco tono paleto...
Menos mal, próxima parada y me largo de este suflé de algodón de azúcar!

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